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Huella de Carbono Negro: desafíos actuales en la lucha contra el calentamiento global.

Desde el establecimiento del Acuerdo de París, 174 naciones firmaron acuerdos para llevar adelante acciones en pos de la mitigación del calentamiento global; lo que implica la reducción en la emisión de los gases que contribuyen al efecto invernadero. Entre estos se encuentra el llamado Carbono Negro.

El Carbono Negro está formado por pequeñas esferas de carbón de unas cuantas micras rodeadas por lo general de compuestos orgánicos y pequeñas cantidades de nitratos y sulfatos (Tollefson, 2009; Bond et al. 2013). Se produce por la combustión incompleta de combustibles fósiles como el diésel y el combustóleo, así como por la quema de leña y otros tipos de biomasa (Molina et al., 2009; Tollefson, 2009; Bond et al., 2013).[1] Por esto se constituye en el principal residuo de las emisiones generadas por las actividades humanas, tal como la producción industrial, la utilización de combustibles fósiles para el trasporte y la combustión residencial. Este gas, a diferencia del metano o el carbono que tienen una vida extensa de permanencia en la atmósfera, es de corta vida permaneciendo en la atmósfera solo algunas semanas.

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Su contribución al llamado efecto invernadero se relaciona con su capacidad de absorber la radiación solar en un espectro amplio de onda; y la capacidad de ser trasladado por masas de aire a través de grandes distancias; siendo así desigual su emisión y deposición en distintas regiones del globo.

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A su vez, es preocupante la creciente emisión de este carbono puesto que genera un sustancial deterioro de la calidad del aire; afectando directamente la salud humana y la estabilidad ambiental de las zonas habitadas. La pequeña dimensión de sus partículas permite que el Carbono Negro ingrese a zonas más profundas del sistema respiratorio; por lo que se lo vincula a diversos padecimientos como accidentes cerebro vasculares, enfermedades del corazón y cáncer de pulmón, entre otras. Por esto la OMS relaciona al Carbono negro con la tasa alta de muertes prematuras.

La corta vida del carbono negro constituye uno de los factores por los cuales no hay aún claridad en como cuantificar su concentración o determinar claramente sus zonas de emisión. En pos de generar políticas concretas para el tratamiento de la emisión del Carbono negro es que es preciso determinar un sistema de medición efectivo; es decir, establecer claramente una “Huella de Carbono Negro”; permitiendo comparar, por ejemplo, el carbono negro emitido por los medios de trasporte actuales y otros que implementen tecnologías de combustibles alternos. La construcción de esta medida debe condensar y generar acuerdo acerca de las metodologías de medición, el tipo de instrumental necesario y las técnicas para un muestreo eficaz.

De todas formas las medidas pensadas para disminuir su impacto nos dejan avizorar un panorama un tanto alentador. Si consideramos que las principales fuentes de emisión son las actividades humanas cotidianas y que su vida atmosférica es corta; la implementación de tecnologías orientadas a la utilización de combustibles alternativos, la optimización de los sistemas de producción y la puesta en marcha de sistemas de filtrado a los transportes; pueden generar un freno significativo al aporte de Carbono Negro.

El desafío actual consistirá de todas formas en que los avances en acciones para el tratamiento de los gases que provocan el calentamiento global tengan una mirada integral; que atienda a que ninguna propuesta puede desconocer la diversidad de situaciones socioeconómicas de los distintos países. La aplicación de nuevas tecnologías en el uso de los combustibles, del transporte y la calefacción deben prestar especial atención a cuáles son los recursos, idiosincrasias y medios con los que cada población cuenta para hacer frente a los desafíos propios del cuidado del ambiente.

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